El acto más sangriento de la historia de la represión de los sentimientos independentistas en Puerto Rico se dio el 21 de marzo de 1937, en lo que se conoce como la Masacre de Ponce.
Para conocer mejor lo que ocurrió aquel día transcribimos a continuación el relato de los hechos a cargo del escritor y poeta Juan Antonio Corretjer que publicó en un libro en Montevideo en 1969.
“Alrededor del 14 de marzo, Plinio Gracián y Luis Castro Quesada, dirigentes nacionalistas de Ponce, le notificaron al gobierno municipal que el 21 de marzo la Junta Nacionalista celebraría un mitin público, que sería precedido por un desfile. Aún en estos tormentosos días de 1937, el pueblo sentía una gran atracción por los desfiles y actos públicos del Partido Nacionalista. El alcalde de Ponce, José Tormos Diego, concedió inmediatamente el permiso. Debe señalarse que la solicitud del permiso era un mero acto de cortesía de los nacionalistas al gobierno municipal. De acuerdo a la ley, en Puerto Rico no se necesitaban permisos para celebrar desfiles o actos públicos en los parques o plazas de la isla.
El viernes 19 de marzo, el Jefe de la Policía, Coronel Orbeta, llegó a Ponce para estudiar la situación. Orbeta regresó a San Juan y conferenció con el general Winship. Allí, en aquellos momentos, se planeó y se ordenó la masacre de Ponce. Winship le ordenó a Orbeta que regresara a Ponce y convenciera (u obligara) al alcalde Tormos de que debía suspender el desfile.
El 20 de marzo, el día anterior al desfile que iba a celebrarse, el jefe de la Policía del distrito de Ponce, capitán Felipe Blanco, le escribió la siguiente carta a los dirigentes nacionalistas Luis Castro Quesada y Plinio Graciany: “Me place acusar recibo de su carta, fechada ayer a las 7:40 p.m., informándole del desfile de los Cadetes de la República y del acto que será celebrado el próximo domingo 21 de marzo, en esa ciudad de Ponce, cuyo programa he leído en la página 3 de El Mundo de ayer y que dice, en parte: 2:00 p.m.- Concentración de las Divisiones del Ejército Libertador del distrito de Ponce y pueblos limítrofes, para desfilar a lo largo de las calles de Ponce-. Deseo informarle a ustedes que, de acuerdo a las instrucciones que he recibido de mis superiores, la Policía no permitirá tal celebración y, en cumplimiento de mi deber, así se lo comunico a ustedes por medio de esta carta”.
Preparativos de la Masacre
El 21 de marzo y, durante los días que precedieron a la masacre, se llevó a cabo una significativa concentración de fuerzas policíacas en Ponce. Estaban bien armados: rifles, carabinas, sub-ametralladoras, bombas lacrimógenas, granadas de mano, todo esto en adición a las armas usuales: revólveres, macanas, etc. A la dotación policíaca de Ponce se sumó una fuerza adicional de 200 hombres.
El coronel Orbeta volvió a discutir la situación con el capitán Blanco. Orbeta y Blanco decidieron ir a ver al alcalde Tormos y convencerlo de que cancelara el permiso. No fue hasta después de pasado el mediodía que pudieron localizar al alcalde, quien les hizo bien claro que había concedido el permiso. El coronel Orbeta trató de impresionar al alcalde Tormos con los peligros que envolvía la celebración de dichos actos. Le dijo que él, Orbeta, tenía información de que los nacionalistas iban a venir armados y que tenía información específica de que venían grupos armados de Mayagüez. Sin embargo, luego, bajo contra-interrogatorio del Comité Investigador de la UALC, el coronel dijo que él le había dicho al alcalde que era un escándalo permitir dicho desfile y que él no contaba con información alguna, sino que cualquiera de los nacionalistas podría actuar alocadamente y lanzar piedras a las ventanas de los comercios o cometer actos desordenados. De hecho, se probó fuera de toda duda que el grupo de 50 personas que vino de Mayagüez (compuesto de hombres, mujeres y niños) estaba desarmado, al igual que los otros nacionalistas.
Después de una larga discusión, el alcalde accedió a los deseos de Orbeta. Tormos llamó inmediatamente a los dirigentes nacionalistas y les comunicó que él no se había dado cuenta de que ese era un día de fiesta religioso, Domingo de Ramos; y que los Padre Paules le habían pedido que no permitiera el desfile. Los nacionalistas sabían que Tormos mentía, pero aparentando ignorarlo, le dijeron que la gente que venía para el desfile ya se encontraba en Ponce; que el desfile se llevaría a cabo ordenadamente, en silencio, y que ellos así se lo informarían a los Padres Paules. Entonces Tormos abruptamente dio por terminada la entrevista y dijo que el permiso estaba cancelado.
Desde ese instante hasta las 3:00 p.m., se llevaron a cabo una serie de discusiones entre el coronel Orbeta y el capitán Blanco, de una parte, y los nacionalistas por la otra. Mientras los jefes de ambas partes discutían, la Policía concentraba sólidamente sus fuerzas en las calles que rodeaban el local de la Junta Nacionalista y en la esquina de las calles Marina y Aurora. Los nacionalistas entraban al local acompañados de sus hijos y esposas. Hay suficiente evidencia para probar que la Policía le decía a aquellos que no eran nacionalistas que no entraran en el área comprendida entre las calles Marina, Aurora y Jobos. Sin embargo a los nacionalistas (fáciles de reconocer, ya que muchos de ellos estaban uniformados y aquellos que vestían de civil llevaban insignias) se les permitía cruzar las líneas montadas por la Policía. Se le permitió el paso a alrededor de 80 Cadetes nacionalistas uniformados.
Poco antes de comenzar el tiroteo, el coronel Orbeta y el capitán Blanco visitaron el área. Había una gran tensión. La Policía había tomado posiciones y los nacionalistas estaban rodeados. El coronel Orbeta y el capitán Blanco se marcharon. Luego alegaron que ellos no le habían dado órdenes a la Policía. De acuerdo a las declaraciones del coronel Orbeta, él y Blanco montaron en un auto de la Policía, y se fueron a pasear por Ponce y sus alrededores, a disfrutar de las bellezas del paisaje. Orbeta y Blanco regresaron después de haber terminado el tiroteo.
La encerrona de la Policía
Alrededor de las 3:15, los Cadetes formaron fila de tres en fondo, listos para dar comienzo al desfile. Detrás de ellos estaba el Cuerpo de Enfermeras con uniformes blancos. Tras el Cuerpo de Enfermeras, la banda, que consistía de sólo cuatro músicos. Los cadetes y las enfermeras se cuadraron militarmente cuando la banda comenzó a tocar La Borinqueña.
Veamos ahora la relación de posiciones entre la Policía, los cadetes, las enfermeras y el público. La calle Marina corre de norte a sur. Primero la atraviesa la calle Luna y, un poco más arriba, la calle Aurora. En esta esquina –en la esquina de las calles Marina y Aurora- estaba el local de la Junta Nacionalista. Entonces viene la calle Jobos. Un grupo de policías se alineó en el lado este de la calle Marina, entre Luna y Aurora. En las inmediaciones de la calle Aurora, a corta distancia de Marina, estaba un nutrido grupo de policías, listo para entrar en acción. En la parte oeste de la calle Marina, frente al local de la Junta Nacionalista, ocupó posiciones otro grupo policíaco. Todos estaban armados con rifles, bombas lacrimógenas, carabinas, etc. Los Cadetes estaban parados en atención, en el lado sur de la calle Aurora.
Detrás de los nacionalistas había otro grupo de policías, armados con sub-ametralladoras Thompson. Testigos oculares y fotografías han probado que los nacionalistas estaban totalmente arriconados y atrapados –y además desarmados. Dos fotógrafos de la prensa habían tomado posiciones en el balcón de la residencia de una distinguida familia ponceña, la familia Amy. Estos fotógrafos tomaron muchas fotografías. Una de las fotos, tomadas por José Luis Conde segundos después de haber comenzado la masacre, muestra a la Policía avanzando hacia el pueblo desde el norte, o sea desde la calle Aurora. En la foto puede observarse a amplios grupos de personas –hombres, mujeres y niños-, casi todos congregados en la esquina de las calles Aurora y Marina, casi frente al local de la Junta Nacionalista. Dicha foto muestra además a los Cadetes puestos en atención, seguidos de las enfermeras y directamente detrás de ellos, al destacamento de los policías armados de sub-ametralladoras, comandado por el Jefe Pérez Segarra.
Debe recordarse que el coronel Orbeta y el capitán Blanco, quienes aparentemente esperaban que los nacionalistas llevaran a cabo una serie de actos brutales, se habían marchado para visitar puntos de interés de la ciudad. El capitán Blanco, luego declaró que nadie quedó en comando de la fuerza policíaca y que los jefes auxiliares Soldevilla, Bernal y Pérez Segarra –cada uno al mando de un grupo separado de policías- no habían recibido ningún tipo de instrucciones.
Los Cadetes estaban completamente rodeados, sin oportunidad alguna para escapar. Por la forma en que estaban organizadas sus fuerzas, queda claro que la Policía tenía sólo un fin. Y ese fin no era, simplemente, impedir el desfile de los Cadetes o disolver un motín. La táctica clásica para dispersar una multitud y disolver un motín, es darle a esos sobre los que se carga una oportunidad para que se dispersen. Esa oportunidad les fue deliberadamente negada a los nacionalistas puertorriqueños la tarde del 21 de marzo de 1937. El propósito era amedrentar a todo el pueblo de Puerto Rico con un despliegue brutal de crueldad: una masacre.
Informe a la Unión Americana de Libertades Civiles
En una situación como ésta, cualquiera puede disparar el primer tiro. Y cada bando, como es natural, alegará haber sido víctima del primer disparo. Sin embargo, Arthur Garfield Hays –quien investigó la masacre- escribió lo siguiente en su informe a al Unión Americana de Libertades Civiles: “Carlos Torres Morales, un fotógrafo de El Imparcial, enterado de la actitud amenazante de la Policía, llevó la cámara a sus ojos. Antes de que él pudiera enfocar, sonó un disparo, quizás dos; no está seguro. Pero tomó la foto. En esta foto podemos ver prácticamente a todos los policías que se encontraban en las calles Aurora y Marina (quizás 17 o 18) listos para disparar contra la gente. Todos ellos tenían armas en sus manos. También vemos a un policía en los momentos en que dispara su revolver. Aunque hemos hecho uso de testimonios de expertos, es realmente innecesario, ya que el policía que dispara aparece con la parte superior de su brazo apuntando sobre la multitud que huye. Su antebrazo está oculto por otra persona, pero de acuerdo con la dirección de su brazo y tras la otra persona que está allí, hay una nube blanca y el humo del disparo. El disparo es hecho directamente a la gente que está en la acera. El policía que dispara puede verse con toda claridad.
Este Comité no ha podido comprender por qué este policía y los otros agentes le disparaban a la multitud y no a los Cadetes, excepto que ellos quisieran despejar del frente de la Junta Nacionalista a la gente que estaba parada en la acera y en los alrededores. O quizás el fin era atemorizarlos. Nosotros no estamos diciendo que esta foto muestra el primer disparo. De hecho, el testimonio de otro testigo identifica precisamente a otro policía como el que hizo el primer disparo.
Nosotros no hemos podido comprender por qué el gobierno no ha hecho uso de estas fotografías, las cuales han sido extensamente publicadas. Estas fotos muestran a la Policía en acción. Muestran a un número de 50 a 70 Cadetes Nacionalistas parados en silencio e inmóviles, con sus manos suspendidas a los lados. Cerca de ellos está un niño, con camisa negra, que tiene su brazo echado sobre el hombro de un camarada. Detrás de ellos está el abanderado de los Cadetes. Todos parecían extrañados, esperando pacientemente a que las tragedia les golpeara. Ninguno se ve listo para correr, ni siquiera para moverse. Detrás de ellos están las muchachas, vestidas de blanco, algunas de ellas se alejan corriendo. Una de ellas casi ha llegado a la acera. Esto en sí mismo corrobora la declaración del fotógrafo de que él tomó la foto inmediatamente después de que empezara el tiroteo. Detrás de la banda está un pelotón de la Policía, unos quince hombres, armados con sub-ametralladoras y rifles. Nacionalistas y no nacionalistas fueron asesinados”.
Relato de la tragedia
La Policía enloqueció al sonar el primer disparo. Descargas cerradas cayeron desde todos los lados sobre los Cadetes y el público en general. Durante unos diez minutos fueron sometidos a un fuego cruzado. Cuando la última descarga hubo producido su efecto, 21 personas quedaron muertas sobre el pavimento. Más de 150 fueron heridas. Otro niño murión en un hospital cercano; algunos quedaron mutilados de por vida.
Esa media hora que antecedió al tiroteo y esos criminales diez minutos de los asesinatos han pasado a la historia como un ejemplo insuperado de la serenidad y el coraje de un pueblo bajo fuego. Bolívar Márquez, un cadete, cayó mortalmente herido; arrastró su cuerpo hasta la acera y en la pared de una casa escribió con su sangre “Viva la República, Abajo los asesinos”.
Carmen Fernández, de 35 años de edad, vio cuando mataron al abanderado. Al tratar ella de tomar la bandera, recibió una descarga de carabina. Cayó, gravemente herida. Dominga Cruz Becerril, una señora de Mayagüez, ya se encontraba a cubierto, cuando vio caer la bandera sobre el pavimento. Salió de su refugio y corrió hacia la bandera, la levantó, la ondeó y luego corrió con ella hacia el Hospital Pila. No resultó herida. Cuando le preguntaron por qué había hecho lo que hizo, ella, serenamente, respondió: “El Maestro nos ha dicho que la bandera siempre debe estar en alto” (El Maestro era Pedro Albizu).
El policía Genaro Lugo no se quedó en el lugar después de que vió el asesinato de una niña. Al alejarse corriendo, vio cómo el pelotón de policías que portaban sub-ametralladoras, comandado por el Jefe Pérez Segarra, disparaba contra el público aterrorizado.
Los Rodríguez estaban parados frente a una zapatería, en el lado sur de la calle Jobos. Rafael, de 18 años de edad, acababa de tomar dos fotografías con su pequeña cámara. En los momentos en que se preparaba para tomar otra instantánea, comenzó el tiroteo. Se tiraron al piso para protegerse. Hubo allí una descarga general. Oyó a su hermano decir “Ay” y vio a su padre levantarse inmediatamente para proteger a su hijo. Advirtió que su padre sangraba por la cabeza. Había sido mortalmente herido. Murió en cuestión de segundos. Su hermano también. Rafael mismo fue herido. Dos policías lo recogieron un cuarto de hora después. Lo tiraron como un fardo en un vehículo policíaco.
Un hombre joven iba hacia abajo por la calle Jobos. De momento, vio que un policía venía hacia él. El hombre estaba por lo menos a una distancia de 50 pies del centro del tiroteo. Al ver el crimen reflejado en el rostro del policía y que éste venía revolver en mano, gritó “Yo no soy nacionalista, yo soy de la Guardia Nacional. Yo soy...” hasta que la muerte lo silenció para siempre. Era verdaderamente un Guardia Nacional. Esa misma mañana había hecho sus ejercicios en la explanada El Castillo, a unos 100 metros del lugar donde fue asesinado. Se llamaba José Delgado y tenía 20 años.
Un caballero de la alta sociedad, don Luis Sánchez Frasqueri vio cómo iban a matar a un hombre y gritó “No lo maten”. Un teniente de la Policía, al reconocer quien era él y no estando dispuesto a que una persona tan respetada testificara en su contra, detuvo a sus hombres. El hombre, que estaba ileso, fue obligado a entrar en un camión de la Policía. Cuando el señor Sánchez Frasqueri volvió a ver a este hombre, estaba todo envuelto en vendajes. El hombre le dijo que la Policía lo había golpeado brutalmente, primero en el camión y luego en el cuartel.
Un vendedor de frutas estaba parado al lado del automóvil del Dr. Sánchez Frasqueri, a más de 75 yardas del local de la Junta Nacionalista. Un policía vio al vendedor, regresó y le abrió la cabeza de un macanazo. Eso también fue parte de la declaración de Sánchez Frasqueri. A esa misma distancia de la Junta Nacionalista vio un cadáver. Su cuerpo estaba lleno de agujeros. En su agonía, el hombre había tratado de escribir la palabra “valor”, pero sólo vivió para escribir VAL”.
Nunca se hizo justicia
El Comité Investigador de los sucesos dictaminó que realmente se había actuado de forma injustificada por lo que los responsables policíacos de estas actuaciones fueron suspendidos de sus cargos, pero nunca se hizo realmente justicia ya que éstos no sufrieron ningún tipo de prisión ni los familiares de las víctimas recibieron compensación alguna. El general Winship, gobernador norteamericano de Puerto Rico, y quien ordenó directamente la Masacre de Ponce, salió impune y todavía gobernó durante dos años más la isla.
Fuente: www.proyectosalonhogar.com
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