Yair Klein, el peligroso mercenario israelí que entrenó a los paramilitares en el Magdalena Medio en los años ochenta, ha completado diez años eludiendo a la justicia colombiana, luego de la condena en su contra a casi once años de prisión, por concierto para delinquir y entrenamiento de grupos paramilitares, definida en 2001 por el Tribunal Superior de Manizales.
El teniente coronel en retiro de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI o Tsahal, por sus siglas en hebreo) ha sabido burlar la justicia y hoy se refugia en su patria, mientras decenas de investigaciones independientes documentan su participación en delitos de lesa humanidad cometidos en varios países, entre los que se encuentran Líbano, Sierra Leona y, especialmente, Colombia.
Contra el mercenario pesan graves acusaciones, desde la época en que hizo parte de las FDI, y algunos especialistas especulan que hace parte del Mosad (Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales, por sus siglas en hebreo) y mantiene fuertes vínculos con la CIA, pues el militar se ha vuelto tristemente célebre por su participación como mercenario en varias guerras del Tercer Mundo en las que los intereses de su país y de los EE.UU. terminaron viéndose beneficiados.
Lo cierto es que Klein logró aprovecharse del enorme desarrollo de la industria bélica de su país. Gracias a la intervención directa o indirecta de Israel en los países vecinos y en decenas de conflictos en otras partes del mundo, los servicios prestados por las empresas de seguridad Hod Halanit y Spearhead Ltd., ambas fundadas por el teniente coronel israelí, ganaron un amplio reconocimiento internacional, especialmente por las labores desempeñadas por sus mercenarios en África, Latinoamérica y Medio Oriente, donde, además de participar en cientos de acciones armadas, entrenaron grupos protagonistas de masacres y delitos de lesa humanidad.
En Colombia, Yair Klein es la pieza fundamental para que se sepa la verdad sobre el entrenamiento que ofreció a los grupos narco paramilitares del Magdalena Medio, Antioquia y Urabá en los años ochenta, particularmente en métodos de guerra sucia que incluían operaciones de secuestro, tortura, desaparición forzada y terror psicológico. Según la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (Codhes), entre 1999 y 2010, al menos 3’630.897 personas fueron desplazadas a la fuerza en Colombia y se cometieron miles de crímenes atroces, principalmente a manos de los ejércitos de extrema derecha entrenados por el israelí que terminaron conformando las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
De soldado a empresario de la guerra
Aunque se había vinculado a las FDI a inicios de los años sesenta y había participado en la Guerra de los Seis Días de 1967, fue la Guerra de Yom Kippur de 1973, librada entre Israel y los países árabes de Egipto y Siria, el conflicto que lo proyectó como criminal de guerra y donde conoció las dinámicas de la guerra sucia y las tácticas de terror.
A inicios de la década de los ochenta, el teniente coronel se retira del ejército israelí y funda su primera empresa: Hod Halanit, con la que suministró servicios militares privados, mercenarios, armamento y conocimientos técnicos, durante la guerra de 1982, a la Falange Libanesa, movimiento católico maronita influenciado por el franquismo español y que apoya el exterminio étnico practicado por Israel. El 16 de septiembre de 1982, las tropas falangistas, junto con mercenarios, ingresaron a los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, rodeados desde el día anterior por tropas de las FDI bajo el mando directo de Ariel Sharón, y masacraron a un número aún indeterminado de víctimas civiles –el gobierno del Líbano acepta ’varios centenares’ de muertos, Israel 14, la Cruz Roja 2.400 y algunas investigaciones independientes hablan de más de 3.500–.
Capacitando a los narcos
Yair Klein llegó a Colombia por primera vez en 1987, luego de un oscuro paso por Centroamérica, con el fin de ofrecer a varios integrantes de la Fuerza Pública los servicios de formación en defensa y seguridad que sus empresas podían proporcionar a los uniformados. Especialmente, se han conocido los encuentros entre el mercenario israelí y el general de la Policía Carlos Arturo Casadiego, así como con directivos de la empresa Atlas Seguridad. Casadiego, quien llegó a ser subdirector de la institución, fue asesinado en extrañas circunstancias en Armenia (Quindío), el 14 de febrero de 1993, sin que haya podido aclararse su participación en los contactos que llevaron a Klein al Magdalena Medio.
El mercenario llegó a Puerto Boyacá, población considerada como la cuna de las AUC, gracias a las relaciones que logró establecer con el polémico coronel Luis Bohórquez Montoya, comandante por ese entonces del Batallón ’Bárbula’ del Ejército. De esta manera, logró enlazarse con narcotraficantes, ganaderos y latifundistas agrupados en la Asociación Campesina de Ganaderos y Agricultores del Magdalena Medio (Acdegam), fachada legal para el paramilitarismo en la región, así como con directivos de algunas multinacionales que eran susceptibles de requerir sus servicios. Según ha declarado el jefe paramilitar alias ’Ernesto Báez’, Bohórquez fue uno de los principales promotores de los ejércitos privados en el Magdalena Medio y habría estado involucrado en el asesinato de Luis Carlos Galán, candidato liberal a la presidencia en 1989, siendo a su vez asesinado por sicarios, el 24 de junio de 1991, dos años después de haber sido destituido.
Producto de las negociaciones con estos contactos, Yair Klein logra que, en febrero de 1988, se dé inicio al primer curso de paramilitarismo dictado por él y sus hombres. Fue denominado ’Pablo Emilio Guarín Vera’, en honor a un promotor político del paramilitarismo en el Magdalena Medio asesinado por los propios ’paras’ en noviembre de 1987, y se realizó en la finca La Cincuenta, de propiedad de Gonzalo Rodríguez Gacha alias ’El Mexicano’. La capacitación fue contratada a la empresa Spearhead, que además de Klein, tenía como instructores a un grupo de mercenarios israelíes, ingleses y australianos. Según el libro “El sistema del pájaro: Colombia, paramilitarismo y conflicto social” del periodista y escritor italiano Guido Piccoli, el laboratorio de treinta sicarios costó a los terratenientes, narcotraficantes y grandes empresarios involucrados alrededor de 800.000 dólares y en éste se emplearon las técnicas, equipos y armas más sofisticadas con las que contaban las FDI por ese entonces, así como uniformes de uso privativo de las tropas comandadas desde Tel Aviv.
Posterior a esta generación de sicarios, Fidel y Carlos Castaño se enteraron de las habilidades de Klein y lo hospedaron por varios meses en haciendas de su propiedad en el Magdalena Medio, como Las Tangas y La Isla de la Fantasía, con el fin de obtener instrucción para sus hombres.
Luego de esto, el mercenario retorna a Puerto Boyacá para continuar con la formación de los hombres de Gacha, Henry de Jesús Pérez y Pablo Escobar. El objetivo era adiestrarlos en el manejo de explosivos y en el diseño de los carros bombas que tanto horror generaron en los años ochenta y noventa en el país. Alonso de Jesús Baquero, alias ’El Negro Vladimir’, responsable de la masacre de La Rochela en Santander, fue uno de los más destacados estudiantes en los cursos de la muerte de Klein.
Adicionalmente, se ha sabido que los ejércitos privados que actuaron a favor de la multinacional agroindustrial Chiquita Brands no sólo fueron pagados por esa compañía sino que, además, surgieron como consecuencia del entrenamiento proporcionado por Klein a los paras.
En una entrevista concedida en 2007 al programa “Hablando claro con la prensa” del Canal Caracol, el mercenario israelí afirmó que volvería a Colombia si lo necesitaran y calificó como “una estupidez y una falta de liderazgo desarticular a los paramilitares sin haber acabado con la guerrilla. Ahí hay presiones extranjeras porque el gobierno colombiano no puede ser tan tonto para ello”.
La escuela del terror
Gracias a un cable de la embajada estadounidense en Bogotá, desclasificado parcialmente en 2004, se sabe que Klein, con dineros del narcotráfico, se lanzó a la aventura de abrir una “escuela internacional de entrenamiento paramilitar y anticomunista en la isla caribeña de Antigua”, luego de abandonar Colombia en 1989. Según el libro “La búsqueda de la seguridad en el Caribe: problemas y promesas en los estados subordinados” de Ivelaw Lloyd Griffith, Klein llegó hasta esta zona de las Antillas, junto a un grupo conformado por otros israelíes, panameños, colombianos y antiguanos, por un pedido del gobierno de Antigua y Barbuda que estaba interesado en proveerse de armas y entrenamiento.
Según la investigación, Klein y Pinchas Schachar, brigadier general en retiro de las FDI y representante por ese entonces de la Industria Militar de Israel, fueron contactados por el también exmilitar israelí Maurice Sarfati para encargarse del jugoso negocio por 324.205 dólares, que incluía proveer de 500 fusiles de asalto Galil, 200.000 municiones, subametralladoras, pistolas, rockets y miras infrarrojas al Ministerio de Seguridad Nacional de Antigua y Barbuda, entonces encabezado por el hijo del primer ministro Vere Bird –reelecto en distintas ocasiones desde 1960, gracias al apoyo británico–. El 29 de marzo de 1989, el cargamento partió del puerto de Haifa (Israel) en un barco de bandera danesa con destino a un puerto en Antigua y Barbuda. Allí, el 24 de abril, fue cargado de nuevo en un barco panameño que los transportó secretamente a Colombia, donde fueron recibidos por el Cartel de Medellín, siendo Gonzalo Rodríguez Gacha el verdadero comprador del lote de armas y quien pagó jugosos sobornos a los funcionarios antiguanos involucrados.
Klein tomó sus ganancias del contrabando y, apoyado por el teniente coronel Clyde Walker, jefe de las fuerzas armadas de Antigua y Barbuda, mantuvo en funcionamiento su escuela paramilitar en ese país. Meses después, el proyecto anticomunista de Klein y sus socios narcotraficantes había entrenado a decenas de criminales de lesa humanidad de varias nacionalidades, entre ellos varios panameños que luego participaron en la invasión estadounidense a la nación centroamericana que terminó deponiendo al general Manuel Antonio Noriega.
Sin embargo, el escándalo de corrupción suscitado por el caso estuvo a punto de acabar con la larga dictadura de Vere Bird y el gobierno antiguano, presionado por EE.UU., Inglaterra e Israel, se vio obligado a terminar con la empresa criminal de Klein a mediados de 1990. Poco después se supo, por el propio Klein, que había dado entrenamiento a los Contras de Nicaragua en esa escuela y que años antes había ayudado a su unificación en la Resistencia Nicaragüense y a su financiación por parte de la CIA.
Posteriormente, el mercenario llegó a África occidental a mediados de los años noventa. Allí, se encargó de la formación de los miembros del Frente Revolucionario Unido de Sierra Leona, que llegó a tener 15.000 combatientes en 1995 –gran parte de ellos niños reclutados a la fuerza–, y aprovechó su posición en ese grupo para vincularse al lucrativo negocio del contrabando de diamantes. Durante los once años de guerra civil en el país africano se dieron entre 50.000 y 120.000 asesinatos, un número indeterminados de desapariciones forzadas, desplazamientos, incontables mutilaciones a machete, violaciones y otros delitos de lesa humanidad.
La justicia de Sierra Leona capturó a Klein en 2000, internándolo en una cárcel de Freetown donde cumplió dieciséis meses de reclusión. Sin embargo, cuando fue liberado, el israelí logró eludir nuevamente a la justicia, pues en su contra pesan acusaciones que lo relacionan con el contrabando de fusiles a Somalia.
Recientemente, han podido volverse a rastrear las actividades del mercenario judío por Latinoamérica, luego de que el DAS colombiano desmantelara en Cali (Valle del Cauca), en mayo de 2000, una red de tráfico de armas en la que Klein estaba involucrado. Según el DAS, esta red había extendiendo sus operaciones a países como Panamá, Ecuador, Perú, Venezuela, Nicaragua, Austria y Rusia.
De vuelta a Colombia
El 22 de junio de 2001, el Tribunal Superior de Manizales condenó a Klein, en condición de reo ausente, a una pena de diez años y ochos meses de prisión, y una multa de veintidós salarios mínimos por los delitos de concierto para delinquir y conformación de grupos paramilitares. Durante una década, ha sido imposible el cumplimiento de la sentencia, pues Klein ha aprovechado que el Estado de Israel, donde es considerado por la derecha sionista como un héroe de guerra, no suscribe los tratados internacionales relacionados con crímenes atroces ni tiene tratado de extradición con Colombia.
En agosto de 2007, el Estado colombiano retomaría esta sentencia para solicitar a Interpol emitir una circular roja con el propósito de requerir la extradición del mercenario, además de sus colaboradores israelís Terri Melnik, Abraham Tzedaka, Izhack Merariot y Arik Afek, y de los colombianos Luis Alfredo Rubio Rojas y Carlos Arturo Álvarez Montero alias ’Trampas’. Sin embargo, pasaron seis años antes de que el gobierno colombiano asumiera medidas en el caso de Yair Klein, luego del histórico fallo del tribunal de Manizales.
Sin embargo, Dmitri Yampolski, abogado defensor de Klein, quien por ese entonces había sido detenido en Rusia, se aprovechó de unas declaraciones del ex vicepresidente, Francisco Santos, para pedir su libertad. En abril de 2010, Santos señaló que se debía “buscar la manera para que este señor se pudra en la cárcel por haber participado en la conformación de grupos paramilitares”, lo que sirvió de argumento a Yampolski para indicar que “existe el peligro de que en Colombia se violen los derechos y libertades de Klein”.
El caso terminó en manos del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, donde la defensa y las presiones del gobierno de Israel lograron que, el 19 de noviembre de 2010, Klein fuera puesto en libertad y enviado a Tel Aviv, después de que el mercenario permaneciera encerrado durante tres años en prisiones rusas.
El pasado 27 de enero, el gobierno de Santos solicitó directamente a Tel Aviv la extradición del mercenario, aunque no existe tratado alguno entre los dos países que obligue a Israel a enviar a uno de sus nacionales a cumplir una condena en Colombia. Por esta razón, el pedido está en manos del gobierno de esa nación y no ha recibido respuesta formal, aunque se está estudiando, de acuerdo al Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel.
Debido a esto, el 30 de junio, varias organizaciones sociales, congresistas y familiares de víctimas del paramilitarismo realizaron un plantón frente a la embajada de Israel en Bogotá por el silencio que mantiene dicho país respecto al caso de Yair Gal Klein. Las decenas de personas que se reunieron frente a la representación diplomática exigen que el mercenario israelí sea enviado a Colombia o que, por lo menos, su condena sea cumplida en una cárcel israelí, de acuerdo con una propuesta del senador Juan Manuel Galán. Por su parte, el representante a la Cámara Iván Cepeda, quien también participó en el plantón, interpuso un derecho de petición a la canciller María Ángela Holguín solicitando información sobre la situación jurídica de catorce mercenarios ingleses, israelíes y australianos que también fueron condenados junto a Klein y sobre los que no pesa ninguna solicitud de extradición.
Fuente: Albatv
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